Contemplar la dimensión del horror y el valor de la esperanza en el Pozo de Vargas

En este lugar en donde entre los años 1975 y 1977 miembros de la dictadura y civiles cómplices inhumaron ilegalmente cientos de cuerpos y que lleva el nombre de la familia propietaria,  el Colectivo de Arqueología, Memoria e Identidad de Tucumán (CAMIT) viene haciendo un trabajo persistente que repara y cura la memoria colectiva e impide que lo atroz y terrorífico permanezca en el olvido.

Hasta el momento el CAMIT identificó en el Pozo de Vargas de Tafí Viejo restos óseos de unas 116 personas nominalmente y 30 perfiles genéticos más esperan a ser identificados. El Pozo de Vargas es el lugar de inhumaciones clandestinas con más identificados de Argentina.

Contemplar este pozo de casi 40 metros de profundidad y una oscuridad que gana lugar a pocos metros de la superficie quita el aliento y desgarra de solo imaginar el nivel de maldad organizada y planificada necesaria para llegar a concebir una idea tan siniestra. Me trae a la memoria el contundente pedido de disculpas que hiciera Néstor Kirchner en nombre del Estado argentino por todas las víctimas de esta barbarie.

La idea de que el viejo pozo, a metros de las vías del tren, construido para proveer de agua a las antiguas locomotoras a vapor, había sido usado para esconder restos de detenidos desaparecidos y que luego se había tapado con distintos materiales, era una sospecha, pero no una constatación científica. Era una sospecha porque el plan de exterminio también contemplaba modos quirúrgicos de limpieza del terreno, estos predios se camuflaban en plantaciones de limones o fincas rurales para que la naturaleza ayude a la impunidad. 

En el año 2002 cuando por Ley de la Nación 25.633, se instituyó el 24 de marzo como Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia en conmemoración de quienes resultaron víctimas del proceso iniciado en esa fecha del año 1976 es que también comenzaron los trabajos de los arqueólogos en su intento de identificar cuerpos de detenidos desaparecidos.

Se trata de un trabajo de mucha paciencia, sensibilidad, rigor científico  y cuidado.  Los investigadores  entran al pozo con trajes, cascos y barbijos, descienden más de 32 metros y comienzan a relevar y a recuperar la mayor cantidad de evidencias óseas y material asociado como textiles, proyectiles, y efectos personales de las personas arrojadas allí.

Al mismo tiempo me enorgullece ver lo que somos capaces de hacer desde el mismo Estado cuando junto a los científicos nos embarcamos en proyectos de paz, de conocimiento, de dignidad y de reparación, aunque sea mínima, de tanto dolor humano.  La vivencia que ofrece el pozo es un modo de recrear la dimensión del horror que produjo la Dictadura cívico militar que atentó contra su propio pueblo, y golpeó con saña a todos los argentinos desde el 24 de marzo de 1976. Y digo todos, porque aún nos sigue golpeando a todos y todas.

En el pozo de Vargas pude comprender el dolor de muchas familias que inclusive en Democracia seguían siendo desoídas o silenciadas, pero también comprendí la importancia del Estado presente y las políticas de Memoria, Verdad y Justicia como factores imprescindibles de la esperanza en el futuro y de la vida construida con la paz, el respeto a los otros y la empatía como guías. Desde el pozo de Vargas también decimos Nunca Más, 30 mil Detenidos Desaparecidos Presentes. Ahora y Siempre.

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